Dicen que la felicidad esta en las pequeñas cosas. Él no creía en eso y quizás por esa razón era que incansablemente buscaba ese momento de regocijo en un instante que nunca llegaba a concretarse.
Su anhelo mas deseado era encontrar esa frase, ese momento de lucidez que terminara para siempre con esa búsqueda incansable y perpetua de la perfección en la prosa. Un simple grupo de palabras que al unirse del modo correcto, expresara ni más ni menos que eso que ni él estaba seguro de vivir.
La cuestión no era simple, todo formaba parte de un ritual ancestral en el que todo debía ser perfecto. El Quijote era el lugar indicado. Siempre había sentido una conexión cósmica con ese Cafetín de mala muerte, en el que más de uno cumplía religiosamente la romántica tarea de esperar que nada pase. La mesa 3, siempre en el mismo rincón. Nadie más se sentaba en ella. Pensaba que le pertenecía solo a él, pero yo lo adjudico a las manchas de humedad en la pared y el manual Kapeluz de tercer año que proveía una efímera estabilidad a la misma. Pidió una lágrima.
En ese momento, sin más, la vio. Ahí estaba. Era simple, mundana. Mil veces pronunciada. ¿Como no lo había pensado antes? Tomo apresuradamente su mordido lápiz. Una servilleta. Las letras fluyeron con una facilidad tremenda sobre el barato papel. Ya casi lo lograba.
El místico ritual estaba por llegar a su fin. Respiró hondo. Metió lentamente la mano en el bolsillo interno de su saco a cuadros, que a más de uno le recordaba la espalda de un mazo de cartas. Tomó un cigarrillo. Creo que era Derby o Colorado. Pidió un fósforo, pero nadie le contesto. De pronto, desde la barra, un mozo que acomodaba sobrecitos de azúcar en los ceniceros lo miro fijo y levantó la pera, como preguntándole que quiere. “Fuego”, respondió tímidamente. El mozo negó con la cabeza y señaló un cartel. PROHIBIDO FUMAR.
Ya nada tenía sentido. Miró el papel por última vez y lo dejó sobre la mesa. Era demasiado tarde. Un ritual es un ritual. No se cambia. No hay medias tintas. El mozo tomó la servilleta de la mesa, la abolló y la guardó en el bolsillo. Quizás nunca sepa cuantas cosas tuvo en la mano en ese momento. Cuantas cosas abolló y guardo en ese instante, pero esa negativa, ese pedazo de papel barato, era el último momento de alegría, de reflexión, de recuerdo, de búsqueda, de anhelo. Era el último momento de un hombre grande consigo mismo. Con su pasado, su presente y su futuro.
El viejo, por su parte, entendió que la felicidad también está en la pequeñas cosas.
Su anhelo mas deseado era encontrar esa frase, ese momento de lucidez que terminara para siempre con esa búsqueda incansable y perpetua de la perfección en la prosa. Un simple grupo de palabras que al unirse del modo correcto, expresara ni más ni menos que eso que ni él estaba seguro de vivir.
La cuestión no era simple, todo formaba parte de un ritual ancestral en el que todo debía ser perfecto. El Quijote era el lugar indicado. Siempre había sentido una conexión cósmica con ese Cafetín de mala muerte, en el que más de uno cumplía religiosamente la romántica tarea de esperar que nada pase. La mesa 3, siempre en el mismo rincón. Nadie más se sentaba en ella. Pensaba que le pertenecía solo a él, pero yo lo adjudico a las manchas de humedad en la pared y el manual Kapeluz de tercer año que proveía una efímera estabilidad a la misma. Pidió una lágrima.
En ese momento, sin más, la vio. Ahí estaba. Era simple, mundana. Mil veces pronunciada. ¿Como no lo había pensado antes? Tomo apresuradamente su mordido lápiz. Una servilleta. Las letras fluyeron con una facilidad tremenda sobre el barato papel. Ya casi lo lograba.
El místico ritual estaba por llegar a su fin. Respiró hondo. Metió lentamente la mano en el bolsillo interno de su saco a cuadros, que a más de uno le recordaba la espalda de un mazo de cartas. Tomó un cigarrillo. Creo que era Derby o Colorado. Pidió un fósforo, pero nadie le contesto. De pronto, desde la barra, un mozo que acomodaba sobrecitos de azúcar en los ceniceros lo miro fijo y levantó la pera, como preguntándole que quiere. “Fuego”, respondió tímidamente. El mozo negó con la cabeza y señaló un cartel. PROHIBIDO FUMAR.
Ya nada tenía sentido. Miró el papel por última vez y lo dejó sobre la mesa. Era demasiado tarde. Un ritual es un ritual. No se cambia. No hay medias tintas. El mozo tomó la servilleta de la mesa, la abolló y la guardó en el bolsillo. Quizás nunca sepa cuantas cosas tuvo en la mano en ese momento. Cuantas cosas abolló y guardo en ese instante, pero esa negativa, ese pedazo de papel barato, era el último momento de alegría, de reflexión, de recuerdo, de búsqueda, de anhelo. Era el último momento de un hombre grande consigo mismo. Con su pasado, su presente y su futuro.
El viejo, por su parte, entendió que la felicidad también está en la pequeñas cosas.
NOTA AL MARGEN: Éste texto es un refrito de un viejo blog que tuve que se llamó Presagios de Nada.
3 comentarios:
Esta vieja tambien llego a la comclusion de que la felicidad esta en las pequeñas cosas...en momentos intensos que van sumando...
Al fin que los puchos eran colorados o derby(no entiendo como no te acordas)Muy bueno...me encanta que me encante(tambien me gusta esa frase y la palabra idem)
Segui escribiendo...
Yo creo que uno hace lo que puede y trata de ser feliz, pero es tan efímera la felicidad. También pienso que la tristeza, malas rachas son la esperanza de tiempos mejores...
uno es feliz de a ratos, el que lo es todo el tiempo que me pase la formula.
salvo qe sea un Ned Flanders...
mis admiraciones gustó el escrito nos vemos en radio cabeza
Sabía que había leído partes de esas frases en otro lado... vos si sabes desconcertar!!!
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