
Ayer entré a un ascensor. De esos que tienen espejos en las paredes. Me miré y ensayé unas caras boludas. Me acerqué para hurgarme el ojo y pensaba lo loco del reflejo de un espejo sobre otro, y poder verme la espalda. En ese momento entendí todo. La revelación vino acompañada de mi último escalofrío de ignorancia. Es un hecho. Estoy calvo.
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